No es que yo haya salido tardíamente del clóset. Tampoco pretendo hacer apología propagandística a favor de la homosexualidad.
Podría tratarse, más bien, de un ensayo de contrición de alguien que, sin exagerar, fue el más vil de los activistas en contra de los homosexuales, con ideas y prejuicios tan desfasados como los de mi querendón pero obtuso papá en temas como este, al mejor estilo del patriarca de los Humala.
No voy a dedicar mucho espacio en detallar las malísimas experiencias circunstanciales que tuve con algún marica (desde miradas penetrantes de transeúntes alegrones y coquetos hasta palabras peligrosas de doble filo).
Y digo marica porque, a confesión de connotados y caballerosos homosexuales, marica es aquel homosexual que vive con el escándalo y desdobla actitudes laberintosas, como aquellas con las que me topé muchas veces.
Aunque, valgan verdades, el escándalo no es pecado exclusivo de los homosexuales, sino también, y muchas veces en mayor proporción, de los heterosexuales. Y si al homosexual escandaloso se le dice marica, ¿cómo habría que fichar al heterosexual igual de laberintoso y libidinoso?
Prefiero, en cambio, recordar que leo las novelas de un entretenidísimo escritor gay, y mejor aun como entrevistador. Que no me pierdo los escritos periodísticos de la pluma de otro gay. Que tuve a una curtida e insospechable periodista lesbiana como profesora.
Cada vez somos más los “Open Mind”; comprendemos y entendemos que el mundo no es cuadriculado; que la homosexualidad no es un error estadístico sino una opción sexual no convencional. Y que un buen homosexual es tan decente como un buen heterosexual y viceversa: Un mal homosexual es tan condenable como un mal heterosexual.