Cuando fui más papista que el Papa- o sea un católico y creyente a muerte - nunca acompañé a alguna procesión. No soportaba caminar las interminables cuadras y cuadras aguantando los manotazos y pisotones de todos aquellos que pugnan por tocarle el velo, besarle los pies de yeso o simplemente estar a la derecha de cualquier versión de santo o virgencita que sacasen a pasear; además de escuchar los platillos y bombos de las somnolientas melodías de alguna banda que llevase el compás de los feligreses.
Como un milagro de Viernes Santo, por curiosidad y empujado quizás por alguna fuerza milagrosa- y también de casualidad- me topé con una multitud que contemplaba con caras de arrepentidos dos fastuosas imágenes: La Virgen Dolorosa, cuyo corazón es atravesado por siete filudos cuchillos de plata ( parecía plata). Ella cuidaba las espaldas del anda de El Santo Sepulcro, donde se escenifica a Jesús de Nazaret muerto y tendido en un ataúd de color dorado.
Llegar hasta ambas andas no fue difícil. El palito de un anticucho, las bolsas de galletas y algunas canchitas eran testigos del paso de la procesión por aquellas angostas calles de Huacho.
Tanto El Sepulcro como La Virgen, estaban alrededor de decenas de religiosos que aprovechan la ocasión para encontrarse con algún conocido y hacer vida social; personas en sillas de ruedas o con un bastón o alguna enfermedad que esperan ser curadas de milagro por El Santo sepulcro, o, sino, por la Virgen. Se amotinan varias carretillas de golosinas que hacen su propio feriado. Acompañan las cuadrillas de sacrificados cargadores vestidos con un tétrico ropón negro que luce una cruz roja, y también las infaltables sahumadoras, que de forma cabizbaja, caminan como el cangrejo echando ese penetrante humo blanco, como si estuvieran quemando sus pecados.
Hay más gente con El Sepulcro. Sin embargo, la fe también es mostrada ante la imagen de La Dolorosa. Una mujer de aspecto alicaído alcanza a su bebe al encargado de poner y quitar las flores del andamio. Le hace la cruz y luego hace que la criatura le bese el abatido corazón de la Virgen.
Al sonido de tres campanadas, y después de casi una hora, entra otra cuadrilla- con el mismo traje espantoso- para cada anda que toma la posta a los sudorosos hombres de la otra cuadrilla.
El paso es lento. Los cánticos religiosos también. Las bien esculpidas imágenes se aproximan a su lecho, la Catedral de Huacho, y la gente se va esparciendo.
Ya no hay muchos fieles; ya no hay muchos ambulantes. Es casi la medianoche y el cansancio se apodera de todos cada vez más.
En la Catedral, unos cuantos reciben con palmas y vivas a La Virgen Dolorosa y a su Hijo.
Después de algunas palabras aun más adormecedoras, y luego de un par de cánticos, las imágenes vuelven a sus aposentos.
Los taxistas se pelean por algún pasajero. Y las puertas de la Iglesia chillan al terminar de cerrarse. Todo está consumado.